Llevemos este dilema al eje del tejido socioeconómico:

el acceso al crédito. Si percibimos este instrumento como un recurso elitista o, de acuerdo con los intricados mecanismos de los derivados financieros, como una astuta herramienta de transmisión de un riesgo, habrá que darle la razón a Gradgrind.

Por el contrario, si atribuimos al crédito un papel social y productivo, se asoma otra posible

conclusión bajo la revolucionaria obviedad con la que la  economista M.Nowak titula su libro:

no se puede prestar sólo a los ricos (On ne prête (pas) qu’aux riches. La révolution du microcrédit).

Mi razonamiento desempolva un concepto que en la Coketown de Gradgrind está ausente: la solidaridad.

El modelo del microcrédito del Nobel Yunus prevé conceder préstamos a personas normalmente excluidas del circuito de la financiación. Hoy en día, el crédito tiene la

Oportunidad de dar un paso más y contribuir decisivamente al desarrollo del bienestar general.

Sin perder su natural vocación lucrativa, el microcrédito, de acuerdo con las actuales instancias, debería emanciparse de la mera función solidaria y apuntar a objetivos solidarioproductivos, dirigiéndose también a las pymes.

Mediante un esquema virtuoso de riesgos compartidos entre acreedor y deudor, los financiadores dirigen su inversión hacia proyectos que creen exitosos, actuando como motor de innovación e impulso de startup. Vinculando únicamente al mérito el acceso al crédito, en el centro de gravedad del sistema volverían a estar la confianza y las ideas brillantes. 

Me pregunto si, poniendo en práctica estas ideas, como algunos empiezan a hacer, podríamos empujar a los modernos Gradgrind hacia el declive. Quizá sea demasiado tarde para que Dickens nos responda.